No notaron el solemne momento cuando la nave tocó la superficie del planeta. No hubo sacudida. Uno de los indicadores simplemente señaló «sólido», y eso marcó el fin del vacío del espacio interplanetario.
Vamp miró al capitán, pero este último no mostró ningún signo de satisfacción, y fue imposible saber como estaba reaccionando al final de su largo viaje.
Por la combinación de centelleantes puntos, rayas y líneas de onda intersectante, resultaba obvio que el ámbito en que ahora se hallaba su nave se aproximaba mucho a las condiciones de vida en su propio planeta: parecido, dentro de los límites permisibles. Vamp pasó la información al capitán, pero tampoco esto pareció causarle una impresión especial.
—Creo que no hallaremos ninguna forma de vida superior aquí —comentó hoscamente—. De todos modos, vaya a dar un paseo.
Así lo llamó el capitán: «dar un paseo».
El borde de la baja ladera que Vamp ascendió estaba tapizado en algunos lugares por una especie de delgados vegetales filamentosos. Desde la meseta, la nave parecía como un gran globo blanco. Una llanura marrón se extendía por todos lados durante muchos kilómetros. Sólo hacia la derecha la vaga línea del horizonte se fundía con farallones rocosos y acantilados. Y eso era todo.
En un tal paisaje, ciertamente, no valía la pena ir muy lejos, pero la misma naturaleza de su profesión los ataba, inevitablemente, a desilusiones de esta especie. Su trabajo era el comercio. Ciertamente, no se parecían mucho a sus antepasados que habían ejercido esa profesión en los tiempos antiguos. Viajaban a mundos lejanos transportando artículos allá donde podían ser más valiosos. Llevaban con ellos unidades de información encerradas en una serie de cristales transparentes. Era la mercancía más solicitada en las rutas de comercio del universo.
Cada civilización, desarrollándose a lo largo de sus propias líneas, develaba inevitablemente ciertas verdades y hacía descubrimientos que eran desconocidos para otras. Su trabajo era intercambiar descubrimientos por descubrimientos, teorías por teorías, información por información. A veces llegaban a mundos que no podían ofrecerles nada a cambio. Entonces, generosamente, compartían con los seres primitivos aquellos hechos que eran capaces de asimilar, pues la información era la única mercancía que podía ser intercambiada o regalada un ilimitado número de veces sin que se redujese jamás su cantidad en el proceso. Los visitantes a esos mundos, millares de años después, hallarían ricos frutos surgidos de las semillas que ellos estaban sembrando hoy.
Iban de regreso a casa tras un largo viaje en espiral entre las estrellas, que les había proporcionado un gran número de destacados conocimientos. Muchas naves como la suya estaban cruzando los espacios del universo, pero no todas ellas regresaban. A menudo, los peligros inesperados y la muerte las domeñaban en algún extraño y distante planeta, planetas que al principio parecían tan vacíos y desprovistos de vida como éste. Vamp regresó a la nave, y entonces se movieron en una gigantesca y creciente espiral por la superficie del planeta. En la pantalla se formaban imágenes de lo que estaba pasando por debajo, pero no miraban a la pantalla: ¿qué podía haber allá abajo que resultase nuevo para los visitantes de tantos mundos?
Se sentaron para jugar una partida de damas.
—Un mundo vacío —dijo desabrido el capitán—. Un planeta muerto.
Vamp sacrificó una ficha y se comió dos contrarias.
—Demos unas vueltas más —dijo el capitán—, y ya basta.
—¿A qué distancia del Sol está el planeta? —Vamp adelantó una ficha, preparándose para doblarla al siguiente movimiento.
—Es el tercero —El capitán mató la ficha que estaba a punto de ser doblada—. El tercero contando a partir del Sol. En nuestros catálogos tiene el nombre de «Tierra»
La pantalla aún seguía mostrando el mismo caos de farallones rocosos y la llanura marrón extendiéndose hasta la lejana e imprecisa línea del horizonte. Ni ciudades, ni poblados, ni ninguna señal de vida racional.
—Demos unas cuantas vueltas más, y ya basta —repitió el capitán.
No dijo más, porque Vamp había conseguido doblar una ficha. El capitán consideraba que él era mejor jugador que el otro, pero que cometía errores, y que Vamp, desaprensivamente, se aprovechaba de ellos. Esto era lo que había ocurrido ahora. Cuando quedaban uno o dos movimientos para decidir la partida, fueron interrumpidos por el agudo sonido de un zumbador. La nave había descubierto señales de algún tipo de civilización. Impaciente, el capitán apretó un botón, y el zumbador calló, pero la señal indicadora del infrarrojo comenzó a encenderse y apagarse irritadamente.
Hicieron algunas jugadas más.
—¿Tiene bastante ya? —preguntó Vamp, ocultando muy mal su triunfo.
El capitán asintió hoscamente.
En la pantalla apareció una imagen, y vieron un gran cuerpo metálico alargado, medio enterrado en la arena.
—Es un vehículo de transporte por el campo espacial del planeta —señaló Vamp.
—Una civilización no superior al segundo nivel —Parecía como si esta circunstancia le proporcionara al capitán algún tipo de malévola satisfacción—. Un mundo primitivo y, además, extinto.
—¿Quiere echarle una mirada a la nave?
Pero el capitán rehusó. Estudiar civilizaciones perdidas no era su trabajo, para eso estaban los cazadores de ratones de la Academia Cósmica de Ciencias.
—¿Y si hubiera seres racionales ahí dentro?
El capitán negó con la cabeza.
—Esa nave se estrelló, y ha permanecido vacía desde hace mucho tiempo. Puede ir a verla si lo desea, pero nos iremos inmediatamente después. Aquí no hay nada para nosotros.
De cerca, la nave parecía aún mayor. Era un gran bloque carenado de metal oscuro.
Vamp no podía ver ni la entrada ni ninguna otra abertura. Por todos lados sólo se veía una superficie metálica lisa y pulida por el tiempo. Luego se fijó en un amplio corte oscuro que parecía dividir todo el conjunto en dos partes. Miró al interior, pero no pudo ver nada. Introduciéndose cuidadosamente entre los oscuros bordes del metal desgarrado, Vamp penetró en el interior.
Segundos después, una asombrada multitud de pececillos salió por la fisura y se agrupó sobre la misma. Se daban tan poca cuenta de las muchas brazas de agua que tenían encima como la que podían tener los frívolos habitantes de tierra firme de la mítica «columna de aire» Quizá la única cosa que pudiera aún sentir la gigantesca presión de aquellas profundidades era el inerte submarino.
Durante algún tiempo, el globo blanco colgó inmóvil sobre la masa metálica semienterrada. No se veían señales de Vamp. Cuando finalmente comenzó a salir, los pececillos que danzaban cerca del borde de la fisura se desparramaron en todas direcciones.
El globo se apartó y, ganando velocidad, desapareció sobre la recortada línea del horizonte.
—¿Algo interesante? —preguntó el capitán, más por cortesía que por curiosidad.
Vamp negó con la cabeza.
—La nave era de construcción primitiva. Usaba energía sacada de acumuladores y baterías. La causa del accidente no era evidente.
—¿Tiene eso alguna importancia?
—No, naturalmente que no.
—Venimos a comerciar —dijo el capitán, como si Vamp le hubiera contradicho en algo—. Ninguna otra cosa de aquí nos importa. E, incidentalmente, aunque hubiéramos hallado a esos seres que construyeron la nave, ¿qué podría haberles interesado de nosotros?
—La síntesis proteica si aún no la habían conseguido, la utilización de la energía libre del espacio.
—¿Lo cree realmente así?
—Según todas las evidencias, eran bastante primitivos. Hasta podríamos haberles ofrecido la formación de la personalidad sintética o procedimientos biológicos para conseguir la inmortalidad.
—Sí, naturalmente. Segundo nivel. Y ¿qué podrían habernos dado a nosotros?
Vamp mostró un objeto plano y rectangular al capitán. Lo había tomado de la pared de uno de los camarotes. Era una fotografía en blanco y negro. Protegida por su cristal, apenas había sido dañada por el agua. La fotografía mostraba a un hombre, a un joven con chaqueta de cuero, sujetando por la correa a un enorme gran danés. Evidentemente, el gran danés no se sentía excesivamente interesado en la idea de que sus tristes rasgos caninos quedaran inmortalizados sobre el papel, y estaba mirando impaciente hacia un lado, fuera del campo de acción de la cámara. El joven estaba de pie junto a una autopista por la que circulaba tráfico en ambas direcciones. En la lejanía se podía ver un autocar.
—Extraño —indicó el capitán.
—Mucho —aceptó Vamp. Era una de aquellas raras ocasiones en las que estaba totalmente de acuerdo con su capitán.
—Ni siquiera podían distinguir los colores. Observa: está en blanco y negro.
—¿Y esa cinta? —Vamp señaló a la autopista.
—¿Se mueve?
—Eso parece. Y lleva a los objetos colocados sobre ella.
El capitán asintió.
—Muy extraño.
—¿Y esto? —Vamp estaba hablando del hombre y el perro—. Sin duda es una simbiosis.
—Naturalmente. Resulta obvio que estos dos seres poseen un único proceso mental y una sola psique. Es obvio también que se consideran a sí mismos como una sola personalidad.
—Mire —Vamp señaló la correa—. Hasta están unidos por un cordón de fibras nerviosas.
—¿Como los ascetas de Mejera-XY?
Descubrieron algunos otros navíos sumergidos, y luego llegaron a las ruinas de una ciudad. Y, al igual que antes, no hallaron ni rastro de los seres racionales cuyas manos habían construido todo aquello.
—Un planeta muerto —aseveró el capitán—. Los habitantes degeneraron y murieron.
—¿Por qué degeneraron? —el mismo Vamp no sabía por qué se sentía tan ofendido en nombre de los habitantes del planeta.
—La extinción es simplemente la culminación de un proceso. Si la raza no fue capaz de acomodarse a la misma, debió degenerar —Y añadió, impaciente—: Nos vamos.
—Pero mire, ellos, ellos... —Vamp no sabía qué más decir. Simplemente, por alguna razón, notaba que si este planeta era tachado de la lista de mundos habitados sería un error, un gran error, por algún motivo—. Mire, ellos ¿Y si habitan en las regiones altas? —exclamó de pronto, dándose cuenta de que estaba diciendo una estupidez.
Era algo tan absurdo que el capitán ni siquiera se irritó.
—Mi querido Vamp, ¿debo recitarle las «Leyes de la Vida»? —Una película opaca cayó sobre sus ojos, semicerrándolos, y empezó a recitar—: La vida en los planetas es posible únicamente en las zonas de mucha presión, bajo grandes profundidades de agua.
Vamp guardó silencio, porque lo que el capitán decía era indiscutible.
—¿Qué hay ahora en nuestra lista?
Vamp consultó la bitácora.
—Alfa de Centauro.
El capitán movió algunas palancas en el tablero de control y, en unos segundos se hallaron de nuevo rodeados por el espacio.
Vamp extendió diez tentáculos verdes por debajo de su coraza y comenzó a disponer el tablero de damas.
FIN
Publicado en: Lo mejor de la ciencia ficción soviética II.
Hyspamérica ediciones, 1986.
Edición digital: Sadrac.
Vamp miró al capitán, pero este último no mostró ningún signo de satisfacción, y fue imposible saber como estaba reaccionando al final de su largo viaje.
Por la combinación de centelleantes puntos, rayas y líneas de onda intersectante, resultaba obvio que el ámbito en que ahora se hallaba su nave se aproximaba mucho a las condiciones de vida en su propio planeta: parecido, dentro de los límites permisibles. Vamp pasó la información al capitán, pero tampoco esto pareció causarle una impresión especial.
—Creo que no hallaremos ninguna forma de vida superior aquí —comentó hoscamente—. De todos modos, vaya a dar un paseo.
Así lo llamó el capitán: «dar un paseo».
El borde de la baja ladera que Vamp ascendió estaba tapizado en algunos lugares por una especie de delgados vegetales filamentosos. Desde la meseta, la nave parecía como un gran globo blanco. Una llanura marrón se extendía por todos lados durante muchos kilómetros. Sólo hacia la derecha la vaga línea del horizonte se fundía con farallones rocosos y acantilados. Y eso era todo.
En un tal paisaje, ciertamente, no valía la pena ir muy lejos, pero la misma naturaleza de su profesión los ataba, inevitablemente, a desilusiones de esta especie. Su trabajo era el comercio. Ciertamente, no se parecían mucho a sus antepasados que habían ejercido esa profesión en los tiempos antiguos. Viajaban a mundos lejanos transportando artículos allá donde podían ser más valiosos. Llevaban con ellos unidades de información encerradas en una serie de cristales transparentes. Era la mercancía más solicitada en las rutas de comercio del universo.
Cada civilización, desarrollándose a lo largo de sus propias líneas, develaba inevitablemente ciertas verdades y hacía descubrimientos que eran desconocidos para otras. Su trabajo era intercambiar descubrimientos por descubrimientos, teorías por teorías, información por información. A veces llegaban a mundos que no podían ofrecerles nada a cambio. Entonces, generosamente, compartían con los seres primitivos aquellos hechos que eran capaces de asimilar, pues la información era la única mercancía que podía ser intercambiada o regalada un ilimitado número de veces sin que se redujese jamás su cantidad en el proceso. Los visitantes a esos mundos, millares de años después, hallarían ricos frutos surgidos de las semillas que ellos estaban sembrando hoy.
Iban de regreso a casa tras un largo viaje en espiral entre las estrellas, que les había proporcionado un gran número de destacados conocimientos. Muchas naves como la suya estaban cruzando los espacios del universo, pero no todas ellas regresaban. A menudo, los peligros inesperados y la muerte las domeñaban en algún extraño y distante planeta, planetas que al principio parecían tan vacíos y desprovistos de vida como éste. Vamp regresó a la nave, y entonces se movieron en una gigantesca y creciente espiral por la superficie del planeta. En la pantalla se formaban imágenes de lo que estaba pasando por debajo, pero no miraban a la pantalla: ¿qué podía haber allá abajo que resultase nuevo para los visitantes de tantos mundos?
Se sentaron para jugar una partida de damas.
—Un mundo vacío —dijo desabrido el capitán—. Un planeta muerto.
Vamp sacrificó una ficha y se comió dos contrarias.
—Demos unas vueltas más —dijo el capitán—, y ya basta.
—¿A qué distancia del Sol está el planeta? —Vamp adelantó una ficha, preparándose para doblarla al siguiente movimiento.
—Es el tercero —El capitán mató la ficha que estaba a punto de ser doblada—. El tercero contando a partir del Sol. En nuestros catálogos tiene el nombre de «Tierra»
La pantalla aún seguía mostrando el mismo caos de farallones rocosos y la llanura marrón extendiéndose hasta la lejana e imprecisa línea del horizonte. Ni ciudades, ni poblados, ni ninguna señal de vida racional.
—Demos unas cuantas vueltas más, y ya basta —repitió el capitán.
No dijo más, porque Vamp había conseguido doblar una ficha. El capitán consideraba que él era mejor jugador que el otro, pero que cometía errores, y que Vamp, desaprensivamente, se aprovechaba de ellos. Esto era lo que había ocurrido ahora. Cuando quedaban uno o dos movimientos para decidir la partida, fueron interrumpidos por el agudo sonido de un zumbador. La nave había descubierto señales de algún tipo de civilización. Impaciente, el capitán apretó un botón, y el zumbador calló, pero la señal indicadora del infrarrojo comenzó a encenderse y apagarse irritadamente.
Hicieron algunas jugadas más.
—¿Tiene bastante ya? —preguntó Vamp, ocultando muy mal su triunfo.
El capitán asintió hoscamente.
En la pantalla apareció una imagen, y vieron un gran cuerpo metálico alargado, medio enterrado en la arena.
—Es un vehículo de transporte por el campo espacial del planeta —señaló Vamp.
—Una civilización no superior al segundo nivel —Parecía como si esta circunstancia le proporcionara al capitán algún tipo de malévola satisfacción—. Un mundo primitivo y, además, extinto.
—¿Quiere echarle una mirada a la nave?
Pero el capitán rehusó. Estudiar civilizaciones perdidas no era su trabajo, para eso estaban los cazadores de ratones de la Academia Cósmica de Ciencias.
—¿Y si hubiera seres racionales ahí dentro?
El capitán negó con la cabeza.
—Esa nave se estrelló, y ha permanecido vacía desde hace mucho tiempo. Puede ir a verla si lo desea, pero nos iremos inmediatamente después. Aquí no hay nada para nosotros.
De cerca, la nave parecía aún mayor. Era un gran bloque carenado de metal oscuro.
Vamp no podía ver ni la entrada ni ninguna otra abertura. Por todos lados sólo se veía una superficie metálica lisa y pulida por el tiempo. Luego se fijó en un amplio corte oscuro que parecía dividir todo el conjunto en dos partes. Miró al interior, pero no pudo ver nada. Introduciéndose cuidadosamente entre los oscuros bordes del metal desgarrado, Vamp penetró en el interior.
Segundos después, una asombrada multitud de pececillos salió por la fisura y se agrupó sobre la misma. Se daban tan poca cuenta de las muchas brazas de agua que tenían encima como la que podían tener los frívolos habitantes de tierra firme de la mítica «columna de aire» Quizá la única cosa que pudiera aún sentir la gigantesca presión de aquellas profundidades era el inerte submarino.
Durante algún tiempo, el globo blanco colgó inmóvil sobre la masa metálica semienterrada. No se veían señales de Vamp. Cuando finalmente comenzó a salir, los pececillos que danzaban cerca del borde de la fisura se desparramaron en todas direcciones.
El globo se apartó y, ganando velocidad, desapareció sobre la recortada línea del horizonte.
—¿Algo interesante? —preguntó el capitán, más por cortesía que por curiosidad.
Vamp negó con la cabeza.
—La nave era de construcción primitiva. Usaba energía sacada de acumuladores y baterías. La causa del accidente no era evidente.
—¿Tiene eso alguna importancia?
—No, naturalmente que no.
—Venimos a comerciar —dijo el capitán, como si Vamp le hubiera contradicho en algo—. Ninguna otra cosa de aquí nos importa. E, incidentalmente, aunque hubiéramos hallado a esos seres que construyeron la nave, ¿qué podría haberles interesado de nosotros?
—La síntesis proteica si aún no la habían conseguido, la utilización de la energía libre del espacio.
—¿Lo cree realmente así?
—Según todas las evidencias, eran bastante primitivos. Hasta podríamos haberles ofrecido la formación de la personalidad sintética o procedimientos biológicos para conseguir la inmortalidad.
—Sí, naturalmente. Segundo nivel. Y ¿qué podrían habernos dado a nosotros?
Vamp mostró un objeto plano y rectangular al capitán. Lo había tomado de la pared de uno de los camarotes. Era una fotografía en blanco y negro. Protegida por su cristal, apenas había sido dañada por el agua. La fotografía mostraba a un hombre, a un joven con chaqueta de cuero, sujetando por la correa a un enorme gran danés. Evidentemente, el gran danés no se sentía excesivamente interesado en la idea de que sus tristes rasgos caninos quedaran inmortalizados sobre el papel, y estaba mirando impaciente hacia un lado, fuera del campo de acción de la cámara. El joven estaba de pie junto a una autopista por la que circulaba tráfico en ambas direcciones. En la lejanía se podía ver un autocar.
—Extraño —indicó el capitán.
—Mucho —aceptó Vamp. Era una de aquellas raras ocasiones en las que estaba totalmente de acuerdo con su capitán.
—Ni siquiera podían distinguir los colores. Observa: está en blanco y negro.
—¿Y esa cinta? —Vamp señaló a la autopista.
—¿Se mueve?
—Eso parece. Y lleva a los objetos colocados sobre ella.
El capitán asintió.
—Muy extraño.
—¿Y esto? —Vamp estaba hablando del hombre y el perro—. Sin duda es una simbiosis.
—Naturalmente. Resulta obvio que estos dos seres poseen un único proceso mental y una sola psique. Es obvio también que se consideran a sí mismos como una sola personalidad.
—Mire —Vamp señaló la correa—. Hasta están unidos por un cordón de fibras nerviosas.
—¿Como los ascetas de Mejera-XY?
Descubrieron algunos otros navíos sumergidos, y luego llegaron a las ruinas de una ciudad. Y, al igual que antes, no hallaron ni rastro de los seres racionales cuyas manos habían construido todo aquello.
—Un planeta muerto —aseveró el capitán—. Los habitantes degeneraron y murieron.
—¿Por qué degeneraron? —el mismo Vamp no sabía por qué se sentía tan ofendido en nombre de los habitantes del planeta.
—La extinción es simplemente la culminación de un proceso. Si la raza no fue capaz de acomodarse a la misma, debió degenerar —Y añadió, impaciente—: Nos vamos.
—Pero mire, ellos, ellos... —Vamp no sabía qué más decir. Simplemente, por alguna razón, notaba que si este planeta era tachado de la lista de mundos habitados sería un error, un gran error, por algún motivo—. Mire, ellos ¿Y si habitan en las regiones altas? —exclamó de pronto, dándose cuenta de que estaba diciendo una estupidez.
Era algo tan absurdo que el capitán ni siquiera se irritó.
—Mi querido Vamp, ¿debo recitarle las «Leyes de la Vida»? —Una película opaca cayó sobre sus ojos, semicerrándolos, y empezó a recitar—: La vida en los planetas es posible únicamente en las zonas de mucha presión, bajo grandes profundidades de agua.
Vamp guardó silencio, porque lo que el capitán decía era indiscutible.
—¿Qué hay ahora en nuestra lista?
Vamp consultó la bitácora.
—Alfa de Centauro.
El capitán movió algunas palancas en el tablero de control y, en unos segundos se hallaron de nuevo rodeados por el espacio.
Vamp extendió diez tentáculos verdes por debajo de su coraza y comenzó a disponer el tablero de damas.
FIN
Publicado en: Lo mejor de la ciencia ficción soviética II.
Hyspamérica ediciones, 1986.
Edición digital: Sadrac.
Alguien q me lo pieda resumir por favorr es para un trabajo finall
ResponderEliminarAlguien q me lo pueda resumir porfavor es oara un proyecto finall
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